El Romanticismo

El Romanticismo

1- EL ROMANTICISMO
1.1- DEFINICIÓN:
1.1.1-Haz una definición del Romanticismo: qué es, explica a qué característica del ser humano dan importancia los románticos y cuál rechazan
El Romanticismo es un movimiento intelectual que afecto a la literatura, el arte, a la política, etc. Le da importancia al individualismo, a los sentimientos, la imaginación y la pasión. En cambio rechaza el orden, la ciencia y la razón que mostraba la Ilustración y el neoclasicismo.
Movimiento artístico que llega a España en 1805..
1.1.2- Explica dónde y cuándo surge.
El Romanticismo surge en Alemania e Inglaterra, durante el siglo XVIII, se inicia con la guerra francesa y la guerra de la Independencia contra las tropas napoleónicas.
Finales del siglo XVIII.
1.2- CONTEXTO HISTÓRICO:

1.2.1- El nacimiento de Romanticismo está muy ligado a un acontecimiento histórico muy importante de la historia universal. Di cuál es, explica qué consecuencias tuvo este acontecimiento en la política y la sociedad de Europa (compara el régimen político que había antes con el nuevo)
 El nacimiento del Romanticismo está ligado a la Revolución Francesa, cuyo objetivo era eliminar el Antiguo Régimen.
Las principales causas de esta revolución fueron la influencia de las ideas de la Ilustración: la libertad de pensamientos, el rechazo a una sociedad dividida y la separación de poderes. Las consecuencias de esta revolución fueron, principalmente, la eliminación del Antiguo Régimen (absolutismo) y de la sociedad de clases, se quitan los privilegios a la nobleza y el clero.
Las principales diferencias entre el Antiguo Régimen y el nuevo régimen político es el poder absoluto que tiene el rey, controla todos los poderes, legislativo, judicial y ejecutivo, mientras que en el nuevo el poder del rey tenía unas limitaciones.
Esta ligado con la Revolución Francesa, que intenta acabar con el Antiguo Régimen y los estamentos sociales.
1.2.2- ¿Qué relación tienen estos cambios con la llegada del Romanticismo?
El Romanticismo nace como una reacción al neoclasicismo, ya que la Revolución Francesa intenta traer la libertad y la igualdad a las personas que estaban siendo oprimidas por el régimen político de la época. La sensación de libertad traída por la revolución hace que poetas y escritores se sientan inspirados por ese sentimiento de libertad.
Ahora el pueblo elegía a sus representantes (monarquía parlamentaria).                             
1.3- TEMAS:
1.3.1- Individualismo:


- ¿Por qué los románticos dan tanta importancia al YO?
Porque el hombre romántico se siente superior a las demás personas que le rodean, sintiendo que él tiene un don sobrenatural que le permite ver en su interior y que puede expresar a los demás lo que no pueden ver.
 - En consecuencia, ¿qué tipos de temas predominan en la literatura romántica?
La intimidad, la subjetividad y los sentimientos del artista se convierten en los principales temas de la literatura romántica.
Todo tema que se relaciona con el yo del artista.
1.3.2- Irracionalismo:

- ¿Por qué los románticos desprecian la razón y dan toda la importancia a los sentimientos?
Porque los románticos no tienen pensamientos coherentes y sistemáticos, por eso acuden a los sentimientos para poder explicar su realidad. Además que el hombre romántico se siente frustrado e inseguro, ante eso se refugia en otras épocas y así rechazando la sociedad y el mundo.
1.3.3- La libertad:

- ¿Qué es para los románticos la libertad?
Los románticos considerarán la libertad como el principal valor de la condición humana. En el terreno sociopolítico, este sentimiento se identificará con el liberalismo, manifiesta en la abolición de la rigidez de las normas neoclásicas y en la defensa de la libertad del autor.
- ¿Cómo repercute la libertad en el concepto romántico de la literatura?
En la literatura manifiesta en la abolición las normas neoclásicas y en la defensa de la libertad del autor.
1.3.4- El rechazo del mundo:

- ¿Por qué los románticos rechazan el mundo que les rodea?
El hombre romántico rechaza al mundo huye de su realidad debido al desencanto de su tiempo, además de los sentimientos de frustración e inseguridad.
- ¿Qué salida encuentran en muchos casos?
Encuentra salidas a través de su imaginación, creando así mundos paralelos en diferentes épocas donde se puede sentir más a gusto.
1.3.5- La rebeldía:





- ¿Por qué los románticos tienen una actitud rebelde ante lo establecido?
Porque sienten insatisfacción por la realidad que les rodean.
- ¿Qué tipo de personajes admiran por ello?
Admiran personajes que se rebelan contra lo establecido como Prometeo, Satanás, Caín, Don Juan, etc.
1.3.6- Evasión:

- ¿Por qué los románticos huyen de la realidad?
El hombre romántico huye de su realidad por el descontento que siente por la época donde vive.
 - ¿De qué dos formas se evaden de la realidad?
Evaden la realidad, refugiándose en otras épocas donde se puedan sentir más a gusto y/o, también, acudiendo a la rebeldía rechazando el mundo y la sociedad que le rodea.
1.3.7- La naturaleza:
                           

- ¿Para qué utilizan los románticos la naturaleza?
Los románticos utilizaban la naturaleza para poder expresar sus sentimientos y emociones.
- En consecuencia, ¿cómo es esa naturaleza?
Apareciendo personificada, los románticos preferían que la naturaleza aparezca como, por ejemplo, con paisajes nocturnos, ruinas, cementerios, el mar tempestuoso, etc.
1.3.8- El amor:

- Explica cómo es la relación que tienen los románticos con la mujer
Los románticos sienten que el amor para ellos era algo inalcanzable, debido a su pesimismo y tristeza. También podían percibir el amor como un sentimiento arrebatador y reflexivo que iba ligado a la rebeldía contra la sociedad.
- ¿Qué sentimientos le provoca esta relación?
En la primera le provoca melancolía y tristeza, mientras que en la segunda pasión y rebeldía.
1.3.9- Identifica estos temas en el poema de Espronceda La Canción del pirata: di en qué versos los localizas explicando lo que dice en ellos.

Con diez cañones por banda,
viento en popa a toda vela,
no corta el mar, sino vuela,
Libertad: mar sin fronteras
un velero bergantín;
bajel pirata que llaman
por su bravura el Temido
en todo el mar conocido
del uno al otro confín.
Rebeldía/Naturaleza

La luna en el mar riela,
en la lona gime el viento
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y ve el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
Y allá a su frente Estambul:
Exaltación del yo: sus normas, no es de ningún país.

-Navega, velero mío,
sin temor
que ni enemigo navío,
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.
Individualismo(mío)/Rebeldía:nadie le puede parar

Veinte presas
hemos hecho
a despecho
del inglés
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.
Individualismo y rebeldía: él esta por encima de los países.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad;
mi ley, la fuerza y el viento;
mi única patria, la mar.

Allá muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra,
que yo tengo aquí por mío
cuanto abarca el mar bravío
a quien nadie impuso leyes.
Libertad: no hay normas/Individualismo

Y no hay playa
sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor,
que no sienta
mi derecho
y dé pecho
a mi valor
Individualismo, rebeldía y libertad.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad;
mi ley, la fuerza y el viento;
mi única patria, la mar.

A la voz de ¡barco viene!,
es de ver
cómo vira y se previene
a todo trapo a escapar:
que yo soy el rey del mar
y mi furia es de temer.
Rebeldía

En las presas
yo divido
lo cogido
por igual:
sólo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival.
Solo busca lo ideal, no le interesa lo material

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad;
mi ley, la fuerza y el viento;
mi única patria, la mar.
¡Sentenciado estoy a muerte!
Yo me río:
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena
colgaré de alguna antena
quizá en su propio navío.

Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di
cuando el yugo
del esclavo
como un bravo sacudí.
Rechazo al mundo/Rebeldía, libertad y individualismo

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad;
mi ley, la fuerza y el viento;
mi única patria, la mar.

Son mi música mejor
aquilones,
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.
Naturaleza


Y del trueno
al son violento,
y del viento,
al rebramar,
yo me duermo
sosegado,
arrullado
por el mar.
Naturaleza y evasión al mundo

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad;
mi ley, la fuerza y el viento;
mi única patria, la mar.


En las dos primeras dos estrofas el autor describe el barco y nos cuenta también donde se halla. En las dos siguientes estrofas habla sobre la libertad, ya que menciona que no ha habido ni enemigo navío, tormenta, etc…, que haya podido cambiar el rumbo del barco. En el quinto verso, el estribillo, habla sobre la rebeldía y, también, de la libertad, ya que su barco lo es todo para él. En las estrofas seis y siete habla de que no hay ninguna ley impuesta por la sociedad o estado que puedan parar su valor y el rumbo del barco. Las estrofas 9 y 10 hablan sobre el individualismo, dice que él es el rey del mar y que quiere tener todas las riquezas para él. En las estrofas 12 y 13 transmite una idea sobre la muerte que él tiene, que le da igual morir, no le tiene miedo a la muerte. En las dos últimas estrofas habla sobre el mar, de los truenos, el viento bravío, etc..., los paisajes que los románticos adoraban.



2-EL  ROMANTICISMO EN ESPAÑA
2.1- CONTEXTO HISTÓRICO:
   


2.1.1- Explica las circunstancias históricas concretas de España que hicieron que el Romanticismo llegara más tarde: qué régimen político había hasta 1808, qué paso este año, quiénes eran los afrancesados, qué eran las Cortes de Cádiz,  qué ocurrió después de la Guerra de Independencia, hasta que año duró el Absolutismo, qué régimen político sucedió al Absolutismo.
En España el Romanticismo llego tarde debido a la debilidad de la burguesía y, por lo tanto, el poder de la nobleza y el clero era más grande, haciendo así todo lo posible para que el Romanticismo no llegara a España. El régimen político que había era el Absolutismo. Ese año, las tropas francesas, al mando de Napoleón Bonaparte, invaden España y proclaman como nuevo rey a José Bonaparte. Los afrancesados. Son españoles que defienden al poder francés y su legislación. Las Cortes de Cádiz eran unas asambleas de españoles que tomaron el control cuando hubo un vacío político en España, también fueron los encargados de cambiar de régimen político a través de la Constitución. Las consecuencias de la Guerra de la Independencia fueron, muchas ciudades destruidas, la falta de suministros en España, y sobre todo Felipe VII vuelve al trono español y con el absolutismo que ya antes había. El Absolutismo en España acaba en el año 1832. El régimen absolutista fue sucedido por el Régimen Liberal o Nuevo Régimen.
2.1.2- ¿Cuánto tiempo duró el Romanticismo español?
El Romanticismo en España duró la mitad del siglo XIX. Aún que en España, al llegar tarde el Romanticismo, se experimentó un periodo llamado Romanticismo tardío o Posromanticismo.
2.2- LA POESÍA:
2.2.1- ¿Qué dos etapas se diferencian en la poesía romántica española?
Se diferencian las etapas del Romanticismo que abarca la primera mitad del siglo XIX y el otro que abarca la segunda mitad del siglo.
2.2.2- José de Espronceda:

- ¿Qué datos biográficos le convierten en un auténtico romántico?
Fue exiliado a Madrid durante tres meses, él y su amada nunca llegarían a casarse, ella es obligada a casarse con otro hombre, poco después ella muere. Desde la muerte del rey, él se dedica a la política y al periodismo. Además es elegido como parlamentario ante las Cortes Generales del Partido Progresista.
- ¿Quiénes eran los protagonistas de sus poemas?
En todos sus poemas los protagonistas eran personajes marginados o excluidos por la sociedad.
- Pon el título de algunos de sus poemas
El Pelayo, El pastor Clasiquino, El estudiante de Salamanca, El Diablo Mundo.

2.2.3- Rosalía de Castro:
-  Títulos de sus libros de poemas
Cantares gallegos, Follas Novas, En las orillas del Sar.
- ¿En qué lenguas están escritos?
Los poemas están escritos en galaicoportugués.
- ¿Por qué su obra es tan importante para la lengua gallega?
Por sus aportaciones en la literatura y poesía gallega, también era considerada como un símbolo para el pueblo gallego.
- Temas  de su obra poética
Sobre el amor, el ambiente sociopolítico de la época y a también sobre la intimidad e ideas subjetivas de la autora.



                                                           
Tumba                                                                                                            Río Sar



2.2.4- Gustavo Adolfo Bécquer:
- ¿Qué datos biográficos le convierten en un auténtico romántico?
Sus padres murieron cuando él era todavía un niño, al mudarse a Madrid, con la edad de 18 años, tuvo que traducir obras teatrales, escritos periodísticas, etc…, para poder sobrevivir. Se casó con Casta Esteban, pero el matrimonio no le dio la felicidad que Bécquer esperaba. Antes de que Bécquer muera, su hermano Valeriano fallece provocando en aquel una depresión. Finalmente Bécquer muere con 34 años de tuberculosis.
-  Temas de la Rimas
Los temas de la Rimas son la poesía, el amor ilusionado, el amor desilusionado, el dolor de vivir, la soledad, la angustia y la muerte
- ¿Qué tenía de novedoso en la poesía española el lenguaje empleado este libro?
El tono de Bécquer es menos retórico, y más intimista y melancólico. Bécquer prefirió el verso libre a la métrica medida, y la asonancia a la consonancia. En su poesía destacan como temas: la naturaleza y el arte como símbolos de la emoción; la fugacidad del amor; el pesimismo; la belleza y el misterio del universo.
- A continuación tienes dos poemas de Bécquer que representan perfectamente sus temas y su lenguaje. Léelos y responde a las siguientes preguntas:
1- ¿A cuál de los temas del libro de los que has hablado antes pertenecería este poema?
Habla sobre la poesía, una poesía de sensaciones en la que el creador intenta “copiar” la imagen que tiene dentro.Los temas que sus amigos les dieron cundo él muere.
2- ¿Qué reflexión hace Bécquer sobre él y sobre su vida?
Reflexiona sobre su futuro, el no saber que le podrá pasar, cuando morirá. Desorientación existencial. 
3- Fíjate en que todo el poema es una sucesión de término imaginarios (una saeta, una hoja, una ola, una luz). ¿Cuál crees que es el término real y en qué parte del poema aparece?
El término real es el poeta, Bécquer. Aparece en la última estrofa.
4- ¿Qué tienen en común el poeta y esas cuatro cosas?
Ninguno tiene claro donde puede estar en un futuro.
5- El paralelismo es un recurso literario que consiste en repetir la misma estructura sintáctica de una frase. Escribe todos aquellos versos que sean paralelos entre sí.
Saeta que voladora cruza, arrojada al azar, / Hoja que del árbol seca arrebata el vendaval, / gigante ola que el viento riza y empuja en el mar, /eso soy yo, que al acaso cruzo el mundo sin pensar.
Y que no se sabe dónde temblando se clavará; / de dónde vengo ni a dónde mis pasos me llevarán.
Sin que nadie acierte el surco donde al polvo volverá; /  y que no se sabe de ellos cuál el último será.
RIMA II
Saeta que voladora
cruza, arrojada al azar,
y que no se sabe dónde
temblando se clavará;

hoja que del árbol seca
arrebata el vendaval,
sin que nadie acierte el surco
donde al polvo volverá;


gigante ola que el viento
riza y empuja en el mar,
y rueda y pasa, y se ignora
qué playa buscando va;

luz que en cercos temblorosos
brilla, próxima a expirar,
y que no se sabe de ellos
cuál el último será;

eso soy yo, que al acaso
cruzo el mundo sin pensar
de dónde vengo ni a dónde
mis pasos me llevarán.


Paralelismos; 1º y  2º  versos de cada estrofa habla de la vida, en la 3º del descorazonamiento de algo y en la 4ª de el futuro.
Tiene la misma estructura en las 5 estrofas. Rima asonante en los versos pares.


1-Compara la forma de hacer metáforas del poema anterior con este: ¿qué tienen en común?
Tiene en común que empieza con imágenes metafóricas y a medida que el poema se desarrolla va “desvelando” el termino real de las metáforas.
2- Según este poema, ¿en qué consiste el amor para Bécquer?
El amor para él en este poema es algo vivo y pasional que tiene en común con su amada.
3- ¿Encuentras paralelismo en este poema? ¿Dónde?
Los primeros versos de cada estrofa empiezan con la misma estructura.

RIMA XXIV

Dos rojas lenguas de fuego
que a un mismo tronco enlazadas
se aproximan y, al besarse,
forman una sola llama.

Dos notas que del laúd
a un tiempo la mano arranca,
y en el espacio se encuentran
y armoniosas se abrazan.

Dos olas que vienen juntas
a morir sobre una playa
y que al romper se coronan
con un penacho de plata.

Dos jirones de vapor
que del lago se levantan
y, al juntarse allá en el cielo,
forman una nube blanca.

Dos ideas que al par brotan;
dos besos que a un tiempo estallan,
dos ecos que se confunden;
eso son nuestras dos almas.

Misma estructura en todos los versos: 1º termino imaginario, 2º los individuos nacen, 3º se conocen y 4º se unen y se destruyen.
Rima asonante en los versos pares.

2.3- EL ENSAYO:
            
2.3.1-Mariano José de Larra:




- Vida y personalidad: ¿Cuándo y dónde nació Mariano José de Larra? ¿Por qué su familia tuvo que exiliarse? ¿Cuándo vuelve a España? ¿Cuál era su ideología política? ¿A qué se dedicó profesionalmente? ¿Qué frustraciones en su vida influyeron en su personalidad decepcionada típica del Romanticismo? ¿Cuándo y en qué circunstancias muere? ¿Te parece una forma de morir típica del Romanticismo? ¿Por qué?
Mariano José de Larra nació en Madrid en 1809. Su familia tuvo que exiliarse a Francia, ya que su padre trabajaba como médico para el ejército de Napoleón Bonaparte. Larra volvió a España en 1818. Larra era un romántico demócrata que criticaba el absolutismo y el carlismo. Se dedicó profesionalmente al periodismo. Su vida universitaria no fue de gran éxito, tuvo varios amores que no salieron bien, tuvo una relación una Dolores Armijo que resulto ser la amante de su padre. Larra se suicida porque varios factores le incitaron a hacerlo, como por ejemplo la dura separación con su amada Dolores Armijo. Si, ya que se suicida disparándose en el corazón, como mensaje de que no pudo estar con la mujer que quería y para simbolizar el desamor. Además, también lo hizo estando enfrente de un espejo para poder verse morir.




- ¿En qué se diferencian los artículos de costumbres de Larra de los de otros contemporáneos suyos como Mesonero Romanos?  Escribe cinco títulos. ¿Qué costumbres españolas no le gustaban? ¿Qué pretende hacer con estos artículos? Lee estos  artículos y contesta las siguientes preguntas:
Larra no hizo uso de costumbres y tipos, como Mesonero Romanos, sino que de esos tipos, costumbres, personajes, grupos sociales, mostró y dio a conocer como era en realidad la España de la época. "Vuelva Ud. mañana", "El casarse pronto y mal", "La Nochebuena de 1836", "El castellano viejo", "Yo quiero ser cómico". Pretendía criticar el absolutismo de Fernando VII y también los males que amenazaban a la patria como el fanatismo, la ignorancia y el inmovilismo.
Primer escritor profesional, podía vivir de lo que escribía. Su principal genero es la crítica teatral, giran entorno a la sociedad.
EL CASTELLANO VIEJO
Crítica a la clase media española de la época.
1-¿Qué dice Larra sobre el estado del pavimento de las calles madrileñas?
Dice que están empedradas, y como él era poeta no se fijaba por donde caminaba debido que iba envuelto en sus pensamientos, y le hacía tropezarse
2- ¿Qué le hizo salir de sus pensamientos?
Le hizo salir de sus pensamientos una persona que le interrumpió su camino.
3- ¿Qué hizo luego ese conocido para presentarse?
La persona se presentó dándole una fuerte palmada en el hombre, para luego taparle los ojos y preguntarle “¿Quién soy?”.
4-¿A qué le invita?
Le invita a una comida.
5-¿Cómo se toma su negativa?
Braulio se lo toma mal, pero finalmente Fígaro acude a la comida.
6-¿A qué clase social pertenece Braulio? Por tanto, ¿su falta de modales obedece a que no ha tenido acceso a la educación?
Braulio pertenece a la clase media. No, a pesar de ser de esa clase social
7-¿En qué consiste su patriotismo?
Su patriotismo consiste en que Braulio piensa y cree que en España están lo mejor, las mejores mujeres, los mejores vinos, el mejor sistema educativo, etc…
8-¿A qué hora empiezan a comer?
Empezaron a comer a las cinco.
10-¿Qué se imagina que va a pasar en la comida para que le proponga a Larra que se cambie de chaqueta? ¿Qué piensa Larra de esto?
Braulio piensa que la chaqueta de Larra, Fígaro, se pueda manchar con los manjares que iban a comer. Larra piensa que no era necesario cambiarse de chaqueta.

11-¿Fueron todos los que estaban invitados?
No, no fueron todos los invitados.
12-¿Estaban sentados cómodamente? ¿Por qué?
No, porque la mesa estaba pensada para que se sentaran menos personas que las que acudieron, debido a esto todos los invitados estaban muy cerca los unos a los otros.
13-¿Cómo les recomendó Braulio que comieran? ¿Qué hizo él como ejemplo de este consejo?
Braulio les recomendó que comieran sin etiquetas, que cogieran lo que quisieran, como ejemplo de esto el mismo se sirvió, el primero, con su propia cuchara.
14-¿Cuál es el motivo, según Larra, de que la comida resultara un desastre en todos los sentidos?
Algunos platos estaban quemados, otros podridos, el vino no resultó muy gustos para los invitados de Braulio. Además que el servicio era también un desastre.
Porque todos los días comen mal y como cerdos, pero intentan actuar con normalidad pero lo hacen mal por las costumbres que tienen.
15-¿Qué hacían los convidados que tanto asco le daba a Larra: el niño, el gordo, doña Juana?
El niño se dedicaba a tirar los huesos de las cerezas a los invitados de la comida. El gordo empezó a fumar delante de Fígaro. Y doña Juan le hace comer de su tenedor.
16- Explica el incidente del capón
Cuando el invitado de enfrente de Fígaro procedía a trinchar al capón, este en unas de las embestidas del “cirujano” hace que el capón salte violentamente, con tan mala suerte que golpea sobre un surtidor del caldo que se cae encima de la camisa de Fígaro.
17-¿Cómo termina el convite para Larra?
Para Larra el convite acabe de forma que los demás invitados le piden que recite una copla a cada invitado.

      

Andábame días pasados por esas calles a buscar materiales para mis artículos. Embebido en mis pensamientos, me sorprendí varias veces a mí mismo riendo como un pobre hombre de mis propias ideas y moviendo maquinalmente los labios; algún tropezón me recordaba de cuando en cuando que para andar por el empedrado de Madrid no es la mejor circunstancia la de ser poeta ni filósofo; más de una sonrisa maligna, más de un gesto de admiración de los que a mi lado pasaban, me hacía reflexionar que los soliloquios no se deben hacer en público; y no pocos encontrones que al volver las esquinas di con quien tan distraída y rápidamente como yo las doblaba, me hicieron conocer que los distraídos no entran en el número de los cuerpos elásticos, y mucho menos de los seres gloriosos e impasibles. En semejante situación de mi espíritu, ¿qué sensación no debería producirme una horrible palmada que una gran mano, pegada (a lo que por entonces entendí) a un grandísimo brazo, vino a descargar sobre uno de mis hombros, que por desgracia no tienen punto alguno de semejanza con los de Atlante?

No queriendo dar a entender que desconocía este enérgico modo de anunciarse, ni desairar el agasajo de quien sin duda había creído hacérmele más que mediano, dejándome torcido para todo el día, traté sólo de volverme por conocer quien fuese tan mi amigo para tratarme tan mal; pero mi castellano viejo es hombre que cuando está de gracias no se ha de dejar ninguna en el tintero. ¿Cómo dirá el lector que siguió dándome pruebas de confianza y cariño? Echome las manos a los ojos y sujetándome por detrás:

-¿Quién soy? -gritaba alborozado con el buen éxito de su delicada travesura-. ¿Quién soy?
«Un animal», iba a responderle; pero me acordé de repente de quién podría ser, y sustituyendo cantidades iguales:
-Braulio eres -le dije.
Al oírme, suelta sus manos, ríe, se aprieta los ijares, alborota la calle y pónenos a entrambos en escena.
-¡Bien, mi amigo! ¿Pues en qué me has conocido?
-¿Quién pudiera sino tú...?
-¿Has venido ya de tu Vizcaya?
-No, Braulio, no he venido.
-Siempre el mismo genio. ¿Qué quieres?, es la pregunta del español. ¡Cuánto me alegro de que estés aquí! ¿Sabes que mañana son mis días?
-Te los deseo muy felices.
-Déjate de cumplimientos entre nosotros; ya sabes que yo soy franco y castellano viejo: el pan pan y el vino vino; por consiguiente exijo de ti que no vayas a dármelos; pero estás convidado.
-¿A qué?
-A comer conmigo.
-No es posible.
-No hay remedio.
-No puedo -insisto ya temblando.
-¿No puedes?
- Gracias.
-¿Gracias? Vete a paseo; amigo, como no soy el duque de F..., ni el conde de P...
¿Quién se resiste a una sorpresa de esta especie? ¿Quién quiere parecer vano?
-Pues si no es eso -me interrumpe-, te espero a las dos; en casa se come a la española; temprano.
Tengo mucha gente: tendremos al famoso X., que nos improvisará de lo lindo; T. nos cantará de sobremesa una rondeña con su gracia natural; y por la noche J. cantará y tocará alguna cosilla.
Esto me consoló algún tanto, y fue preciso ceder: un día malo, dije para mí, cualquiera lo pasa; en este mundo para conservar amigos es preciso tener el valor de aguantar sus obsequios.
-No faltarás, si no quieres que riñamos.
-No faltaré -dije con voz exánime y ánimo decaído, como el zorro que se revuelve inútilmente dentro de la trampa donde se ha dejado coger.
-Pues hasta mañana -y me dio un torniscón por despedida.
Vile marchar como el labrador ve alejarse la nube de su sembrado, y quedeme discurriendo cómo podían entenderse estas amistades tan hostiles y tan funestas.
Ya habrá conocido el lector, siendo tan perspicaz como yo le imagino, que mi amigo Braulio está muy lejos de pertenecer a lo que se llama gran mundo y sociedad de buen tono, pero no es tampoco un hombre de la clase inferior, puesto que es un empleado de los de segundo orden, que reúne entre su sueldo y su hacienda cuarenta mil reales de renta; que tiene una cintita atada al ojal y una crucecita a la sombra de la solapa; que es persona, en fin, cuya clase, familia y comodidades de ninguna manera se oponen a que tuviese una educación más escogida y modales más suaves e insinuantes. Mas la vanidad le ha sorprendido por donde ha sorprendido casi siempre a toda o a la mayor parte de nuestra clase media, y a toda nuestra clase baja. Es tal su patriotismo, que dará todas las lindezas del extranjero por un dedo de su país. Esta ceguedad le hace adoptar todas las  responsabilidades de tan inconsiderado cariño; de paso que defiende que no hay vinos como los españoles, en lo cual bien pude de tener razón, defiende que no hay educación como la española, en lo cual bien pudiera no tenerla; a trueque de defender que el cielo de Madrid es purísimo, defenderá que nuestras manolas son las más encantadoras de todas las mujeres: es un hombre, en fin, que vive de exclusivas, a quien le sucede poco más o menos lo que a una parienta mía, que se muere por las jorobas sólo porque tuvo un querido que llevaba una excrecencia bastante visible sobre entrambos omóplatos.
No hay que hablarle, pues, de estos usos sociales, de estos respetos mutuos, de estas reticencias urbanas, de esa delicadeza de trato que establece entre los hombres una preciosa armonía, diciendo sólo lo que debe agradar y callando siempre lo que puede ofender. Él se muere «por plantarle una fresca al lucero del alba», como suele decir, y cuando tiene un  resentimiento, se le «espeta a uno cara a cara». Como tiene trocados todos los frenos, dice de los cumplimientos que ya sabe lo que quiere decir «cumplo» y «miento»; llama a la urbanidad hipocresía, y a la decencia monadas; a toda cosa buena le aplica un mal apodo; el lenguaje de la finura es para él poco más que griego: cree que toda la crianza está reducida a decir «Dios guarde a ustedes» al entrar en una sala, y añadir «con permiso de usted» cada vez que se mueve; a preguntar a cada uno por toda su familia, y a despedirse de todo el mundo; cosas todas que así se guardará él de olvidarlas como de tener pacto con franceses.
Llegaron las dos, y como yo conocía ya a mi Braulio, no me pareció conveniente acicalarme demasiado para ir a comer; estoy seguro de que se hubiera picado; no quise, sin embargo, excusar un frac de color y un pañuelo blanco, cosa indispensable en un día de días en semejantes casas; vestime sobre todo lo más despacio que me fue posible, como se reconcilia al pie del suplicio el infeliz reo, que quisiera tener cien pecados más que contar para ganar tiempo; era citado a las dos, y entré en la sala a las dos y media.
No quiero hablar de las infinitas visitas ceremoniosas que antes de la hora de comer entraron y salieron en aquella casa, entre las cuales no eran de despreciar todos los empleados de su oficina, con sus señoras y sus niños, y sus capas, y sus paraguas, y sus chanclos, y sus perritos; dejome en blanco los necios cumplimientos que se dijeron al señor de los días; no hablo del inmenso círculo con que guarnecía la sala el concurso de tantas personas heterogéneas, que hablaron de que el tiempo iba a mudar, y de que en invierno suele hacer más frío que en verano. Vengamos al caso: dieron las cuatro y nos hallamos solos los convidados. Desgraciadamente para mí, el señor de X., que debía divertirnos tanto, gran conocedor de esta clase de convites, había tenido la habilidad de ponerse malo aquella mañana; el famoso T. se hallaba oportunamente comprometido para otro convite; y la señorita que tan bien había de cantar y tocar estaba ronca, en tal disposición que se asombraba ella misma de que se la entendiese una sola palabra, y tenía un panadizo en un dedo. ¡Cuántas esperanzas desvanecidas!

-Supuesto que estamos los que hemos de comer -exclamó don Braulio-, vamos a la mesa, querida mía.
-Espera un momento -le contestó su esposa casi al oído-, con tanta visita yo he faltado algunos momentos de allá dentro y...
-Bien, pero mira que son las cuatro.
-Al instante comeremos.

       Las cinco eran cuando nos sentábamos a la mesa.

-Señores -dijo el anfitrión al vernos titubear en nuestras respectivas colocaciones-, exijo la mayor franqueza; en mi casa no se usan cumplimientos. ¡Ah, Fígaro!, quiero que estés con toda comodidad; eres poeta, y además estos señores, que saben nuestras íntimas relaciones, no se ofenderán si te prefiero; quítate el frac, no sea que le manches

-¿Qué tengo de manchar? -le respondí, mordiéndome los labios.
- No importa, te daré una chaqueta mía; siento que no haya para todos.
-No hay necesidad.
-¡Oh!, sí, sí, ¡mi chaqueta! Toma, mírala; un poco ancha te vendrá.
-Pero, Braulio...
-No hay remedio, no te andes con etiquetas.
      Y en esto me quita él mismo el frac, velis nolis, y quedo sepultado en una cumplida chaqueta rayada, por la  cual sólo asomaba los pies y la cabeza, y cuyas mangas no me permitirían comer probablemente. Dile las gracias: ¡al fin el hombre creía hacerme un obsequio!

       Los días en que mi amigo no tiene convidados se contenta con una mesa baja, poco más que banqueta de zapatero, porque él y su mujer, como dice, ¿para qué quieren más? Desde la tal mesita, y como se sube el agua del pozo, hace subir la comida hasta la boca, adonde llega goteando después de una larga travesía; porque pensar que estas gentes han de tener una mesa regular, y estar cómodos todos los días del año, es pensar en lo excusado. Ya se concibe, pues, que la instalación de una gran mesa de convite era un acontecimiento en aquella casa; así que se había creído capaz de contener catorce personas que éramos en una mesa donde apenas podrían comer ocho cómodamente. Hubimos de sentarnos de medio lado, como quien va a arrimar el hombro a la comida,  y entablaron los codos de los convidados íntimas relaciones entre sí con la más fraternal inteligencia del mundo. Colocáronme por mucha distinción entre un niño de cinco años, encaramado en unas almohadas que era preciso enderezar a cada momento porque las ladeaba la natural turbulencia de mi joven adlátere, y entre uno de esos hombres que ocupan en el mundo el espacio y sitio de tres, cuya corpulencia por todos lados se salía de madre de la única silla en que se hallaba sentado, digámoslo así, como en la punta de una aguja. Desdobláronse silenciosamente las servilletas, nuevas a la verdad, porque tampoco eran muebles en uso para todos los días, y fueron izadas por todos aquellos buenos señores a los ojales de sus fraques como cuerpos intermedios entre las salsas y las solapas.

-Ustedes harán penitencia, señores -exclamó el anfitrión una vez sentado-; pero hay que hacerse cargo de que no estamos en Genieys -frase que creyó preciso decir.
Necia afectación es ésta, si es mentira, dije yo para mí; y si verdad, gran torpeza convidar a los amigos a hacer penitencia.

Desgraciadamente no tardé mucho en conocer que había en aquella expresión más verdad de la que mi buen Braulio se figuraba. Interminables y de mal gusto fueron los cumplimientos con que para dar y recibir cada plato nos aburrimos unos a otros.

-Sírvase usted.
-Hágame usted el favor.
-De ninguna manera.
-No lo recibiré.
-Páselo usted a la señora.
-Está bien ahí.
-Perdone usted.
-Gracias.
-Sin etiqueta, señores -exclamó Braulio, y se echó el primero con su propia cuchara.

         Sucedió a la sopa un cocido surtido de todas las sabrosas impertinencias de este engorrosísimo, aunque buen plato; cruza por aquí la carne; por allá la verdura; acá los garbanzos; allá el jamón; la gallina por derecha; por medio el tocino; por izquierda los embuchados de Extremadura. Siguiole un plato de ternera mechada, que Dios maldiga, y a éste otro y otros y otros; mitad traídos de la fonda, que esto basta para que excusemos hacer su elogio, mitad hechos en casa por la criada de todos los días, por una vizcaína auxiliar tomada al intento para aquella festividad y por el ama de la casa, que en semejantes ocasiones debe estar en todo, y por consiguiente suele no estar nada.

-Este plato hay que disimularle -decía ésta de unos pichones-; están un poco quemados.
-Pero, mujer...
-Hombre, me aparté un momento, y ya sabes lo que son las criadas.
-¡Qué lástima que este pavo no haya estado media hora más al fuego! Se puso algo tarde.
-¿No les parece a ustedes que está algo ahumado este estofado?
-¿Qué quieres? Una no puede estar en todo.
-¡Oh, está excelente! -exclamábamos todos dejándonoslo en el plato-. ¡Excelente!
-Este pescado está pasado.
-Pues en el despacho de la diligencia del fresco dijeron que acababa de llegar. ¡El criado es tan bruto!
- ¿De dónde se ha traído este vino?
-En eso no tienes razón, porque es...
-Es malísimo.

         Estos diálogos cortos iban exornados con una infinidad de miradas furtivas del marido para advertirle continuamente a su mujer alguna negligencia, queriendo darnos a entender entrambos a dos que estaban muy al corriente de todas las fórmulas que en semejantes casos se reputan finura, y que todas las torpezas eran hijas de los criados, que nunca han de aprender a servir. Pero estas negligencias se repetían tan a menudo, servían tan poco ya las miradas, que le fue preciso al marido recurrir a los pellizcos y a los pisotones; y ya la señora, que a duras penas había podido hacerse superior hasta entonces a las persecuciones de su esposo, tenía la faz encendida y los ojos llorosos.

-Señora, no se incomode usted por eso -le dijo el que a su lado tenía.
-¡Ah!, les aseguro a ustedes que no vuelvo a hacer estas cosas en casa; ustedes no saben lo que es esto; otra vez, Braulio, iremos a la fonda y no tendrás...
-Usted, señora mía, hará lo que...
-¡Braulio! ¡Braulio!
Una tormenta espantosa estaba a punto de estallar; empero todos los convidados a porfía probamos a aplacar aquellas disputas, hijas del deseo de dar a entender la mayor delicadeza, para lo cual no fue poca parte la manía de Braulio y la expresión concluyente que dirigió de nuevo a la concurrencia acerca de la inutilidad de los cumplimientos, que así llamaba él a estar bien servido y al saber comer. ¿Hay nada más ridículo que estas gentes que quieren pasar por finas en medio de la más crasa ignorancia de los usos sociales; que para obsequiarle le obligan a usted a comer y beber por fuerza, y no le dejan medio de hacer su gusto? ¿Por qué habrá gentes que sólo quieren comer con alguna más limpieza los días de días?
A todo esto, el niño que a mi izquierda tenía, hacía saltar las aceitunas a un plato de magras con tomate, y una vino a parar a uno de mis ojos, que no volvió a ver claro en todo el día; y el señor gordo de mi derecha había tenido la precaución de ir dejando en el mantel, al lado de mi pan, los huesos de las suyas, y los de las aves que había roído; el convidado de enfrente, que se preciaba de trinchador, se había encargado de hacer la autopsia de un capón, o sea gallo, que esto nunca se supo: fuese por la edad avanzada de la víctima, fuese por los ningunos conocimientos anatómicos del victimario, jamás parecieron las coyunturas. «Este capón no tiene coyunturas», exclamaba el infeliz sudando y forcejeando, más como quien cava que como quien trincha. ¡Cosa más rara! En una de las embestidas resbaló el tenedor sobre el animal como si tuviera escama, y el capón, violentamente despedido, pareció querer tomar su vuelo como en sus tiempos más felices, y se posó en el mantel tranquilamente como pudiera en un palo de un gallinero.

     El susto fue general y la alarma llegó a su colmo cuando un surtidor de caldo, impulsado por el animal furioso, saltó a inundar mi limpísima camisa: levántase rápidamente a este punto el trinchador con ánimo de cazar el ave prófuga, y al precipitarse sobre ella, una botella que tiene a la derecha, con la que tropieza su brazo, abandonando su posición perpendicular, derrama un abundante caño de Valdepeñas sobre el capón y el mantel; corre el vino, auméntase la algazara, llueve la sal sobre el vino para salvar el mantel; para salvar la mesa se ingiere por debajo de él una servilleta, y una eminencia se levanta sobre el teatro de tantas ruinas. Una criada toda azorada retira el capón en el plato de su salsa; al pasar sobre mí hace una pequeña inclinación, y una lluvia maléfica de grasa desciende, como el rocío sobre los prados, a dejar eternas huellas en mi pantalón color de perla; la angustia y el aturdimiento de la criada no conocen término; retírase atolondrada sin acertar con las excusas; al volverse tropieza con el criado que traía una docena de platos limpios y una salvilla con las copas para los vinos generosos, y toda aquella máquina viene al suelo con el más horroroso estruendo y confusión. «¡Por San Pedro!», exclama dando una voz Braulio difundida ya sobre sus facciones una palidez mortal, al paso que brota fuego el rostro de su esposa. «Pero sigamos, señores, no ha sido nada», añade volviendo en sí.

           ¡Oh honradas casas donde un modesto cocido y un principio final constituyen la felicidad diaria de una familia, huid del tumulto de un convite de día de días! Sólo la costumbre de comer y servirse bien diariamente puede evitar semejantes destrozos.

         ¿Hay más desgracias? ¡Santo cielo! ¡Sí las hay para mí, infeliz! Doña Juana, la de los dientes negros y amarillos, me alarga de su plato y con su propio tenedor una fineza, que es indispensable aceptar y tragar; el niño se divierte en despedir a los ojos de los concurrentes los huesos disparados de las cerezas; don Leandro me hace probar el manzanilla exquisito, que he rehusado, en su misma copa, que conserva las indelebles señales de sus labios grasientos; mi gordo fuma ya sin cesar y me hace cañón de su chimenea; por fin, ¡oh última de las desgracias!, crece el alboroto y la conversación; roncas ya las voces, piden versos y décimas y no hay más poeta que Fígaro.

-Es preciso.
-Tiene usted que decir algo -claman todos.
-Désele pie forzado; que diga una copla a cada uno.
-Yo le daré el pie: «A don Braulio en este día».
-Señores, ¡por Dios!
-No hay remedio.
-En mi vida he improvisado.
-No se haga usted el chiquito.
-Me marcharé.
-Cerrar la puerta.
-No se sale de aquí sin decir algo.

        Y digo versos por fin, y vomito disparates, y los celebran, y crece la bulla y el humo y el infierno.
A Dios gracias, logro escaparme de aquel nuevo Pandemonio. Por fin, ya respiro el aire fresco y desembarazado de la calle; ya no hay necios, ya no hay castellanos viejos a mi alrededor.
-¡Santo Dios, yo te doy gracias, exclamo respirando, como el ciervo que acaba de escaparse de una docena de perros y que oye ya apenas sus ladridos; para de aquí en adelante no te pido riquezas, no te pido empleos, no honores; líbrame de los convites caseros y de días de días; líbrame de estas casas en que es un convite un acontecimiento, en que sólo se pone la mesa decente para los convidados, en que creen hacer obsequios cuando dan mortificaciones, en que se hacen finezas, en que se dicen versos, en que hay niños, en que hay gordos, en que reina, en fin, la brutal franqueza de los castellanos viejos!

VUELVA USTED MAÑANA

1- ¿Cómo creía que éramos los españoles el amigo de Larra?
El amigo de Larra creía que los españoles seguían siendo los hombres refinados, francos, generosos y caballerescos que eran hace unos siglos atrás.
2- ¿A qué había venido a España?
Había venido a España para reclamar una fortuna, y luego poder invertir en algún negocio en España.
3-¿Cuánto tiempo pensaba mucho estar en España para resolver sus asuntos?
Él pensaba quedarse unos quince días.
4- ¿Por qué se ríe Larra de sus pretensiones?
Larra se ríe de sus pretensiones porque según él los españoles no eran como el extranjero pensaba.
5- ¿Qué le pasó con el genealogista, el traductor, el escribiente, el sastre, el zapatero, la planchadora y el sombrerero?
Todos ellos tardaron bastante tiempo en hacer lo que el extranjero les había pedido que hicieran.
6- ¿Cómo se comportaban sus conocidos españoles cuando tenía una cita con él?
Sus conocidos no acudían a las citaciones que tenían con este, y no explicaban el motivo de su ausencia.
7- ¿Qué problemas burocráticos tiene el extranjero a la hora de invertir en un negocio en España?
Le niegan la opción de emprender un negocio en España.

8- ¿Qué opina el amigo español de Larra sobre la forma de hacer las cosas los españoles aunque estén mal hechas?
Opina que aunque están mal hechas así es como se deben hacer.
9- ¿Qué opina también sobre las intenciones de los extranjeros?
Opina que los extranjeros podían perjudicar a los demás que antes ya lo habían hecho de otra forma.
10-¿Qué argumentos da Larra a favor de que los extranjeros son buenos para un país?
Utiliza como argumento los ejemplos de: la hospitalidad de los franceses hacía los extranjeros, y lo que ha conseguido Rusia y Estados Unidos gracias a los extranjeros.
11-¿Qué termina haciendo el amigo extranjero?
El amigo extranjero decide finalmente volver a su país.
12- ¿Qué concluye diciendo Larra irónicamente sobre cómo influye en él la pereza española y e?
Larra finaliza el texto diciendo que la pereza le influye de forma que este texto ha tardado mucho en escribirlo debida a esta.



Gran persona debió de ser el primero que llamó pecado mortal a la pereza; nosotros, que ya en uno de nuestros artículos anteriores estuvimos más serios de lo que nunca nos habíamos propuesto, no entraremos ahora en largas y profundas investigaciones acerca de la historia de este pecado, por más que conozcamos que hay pecados que pican en historia, y que la historia de los pecados sería un tanto cuanto divertida. Convengamos solamente en que esta institución ha cerrado y cerrará las puertas del cielo a más de un cristiano.
Estas reflexiones hacía yo casualmente no hace muchos días, cuando se presentó en mi casa un extranjero de estos que, en buena o en mala parte, han de tener siempre de nuestro país una idea exagerada e hiperbólica, de estos que, o creen que los hombres aquí son todavía los espléndidos, francos, generosos y caballerescos seres de hace dos siglos (...)

       Un extranjero de estos fue el que se presentó en mi casa, provisto de competentes cartas de recomendación para mi persona. Asuntos intrincados de familia, reclamaciones futuras, y aun proyectos vastos concebidos en París de invertir aquí sus cuantiosos caudales en tal cual especulación industrial o mercantil, eran los motivos que a nuestra patria le conducían.

       Acostumbrado a la actividad en que viven nuestros vecinos, me aseguró formalmente que pensaba permanecer aquí muy poco tiempo, sobre todo si no encontraba pronto objeto seguro en que invertir su capital. Pareciome el extranjero digno de alguna consideración, trabé presto amistad con él, y lleno de lástima traté de persuadirle a que se volviese a su casa cuanto antes, siempre que seriamente trajese otro fin que no fuese el de pasearse. Admirole la proposición, y fue preciso explicarme más claro.

        -Mirad -le dije-, monsieur Sans-délai -que así se llamaba-; vos venís decidido a pasar quince días, y a solventar en ellos vuestros asuntos.
-Ciertamente -me contestó-. Quince días, y es mucho. Mañana por la mañana buscamos un genealogista para mis asuntos de familia; por la tarde revuelve sus libros, busca mis ascendientes, y por la noche ya sé quién soy. En cuanto a mis reclamaciones, pasado mañana las presento fundadas en los datos que aquél me dé, legalizadas en debida forma; y como será una cosa clara y de justicia innegable (pues sólo en este caso haré valer mis derechos), al tercer día se juzga el caso y soy dueño de lo mío. En cuanto a mis especulaciones, en que pienso invertir mis caudales, al cuarto día ya habré presentado mis proposiciones. Serán buenas o malas, y admitidas o desechadas en el acto, y son cinco días; en el sexto, séptimo y octavo, veo lo que hay que ver en Madrid; descanso el noveno; el décimo tomo mi asiento en la diligencia, si no me conviene estar más tiempo aquí, y me vuelvo a mi casa; aún me sobran de los quince cinco días.

          Al llegar aquí monsieur Sans-délai traté de reprimir una carcajada que me andaba retozando ya hacía rato en el cuerpo, y si mi educación logró sofocar mi inoportuna jovialidad, no fue bastante a impedir que se asomase a mis labios una suave sonrisa de asombro y de lástima que sus planes ejecutivos me sacaban al rostro mal de mi grado.

          -Permitidme, monsieur Sans-délai -le dije entre socarrón y formal-, permitidme que os convide a comer para el día en que llevéis quince meses de estancia en Madrid
           -¿Cómo?
          -Dentro de quince meses estáis aquí todavía.
          -¿Os burláis?
          -No por cierto.
          -¿No me podré marchar cuando quiera? ¡Cierto que la idea es graciosa!
          -Sabed que no estáis en vuestro país activo y trabajador.
          -¡Oh!, los españoles que han viajado por el extranjero han adquirido la costumbre de hablar mal siempre de su país por hacerse superiores a sus compatriotas.
          -Os aseguro que en los quince días con que contáis, no habréis podido hablar siquiera a una sola de las personas cuya cooperación necesitáis.
           -¡Hipérboles! Yo les comunicaré a todos mi actividad.
           -Todos os comunicarán su inercia.
Conocí que no estaba el señor de Sans-délai muy dispuesto a dejarse convencer sino por la experiencia, y callé por entonces, bien seguro de que no tardarían mucho los hechos en hablar por mí.
Amaneció el día siguiente, y salimos entrambos a buscar un genealogista, lo cual sólo se pudo hacer preguntando de amigo en amigo y de conocido  en conocido: encontrámosle por fin, y el buen señor, aturdido de ver nuestra precipitación, declaró francamente que necesitaba tomarse algún tiempo; instósele, y por mucho favor nos dijo definitivamente que nos diéramos una vuelta por allí dentro de unos días. Sonreíme y marchámonos. Pasaron tres días; fuimos.

        -Vuelva usted mañana -nos respondió la criada-, porque el señor no se ha levantado todavía.
-Vuelva usted mañana -nos dijo al siguiente día-, porque el amo acaba de salir.
-Vuelva usted mañana -nos respondió al otro-, porque el amo está durmiendo la siesta.
-Vuelva usted mañana -nos respondió el lunes siguiente-, porque hoy ha ido a los toros.
-¿Qué día, a qué hora se ve a un español? Vímosle por fin, y «Vuelva usted mañana -nos dijo-, porque se me ha olvidado. Vuelva usted mañana, porque no está en limpio».
A los quince días ya estuvo; pero mi amigo le había pedido una noticia del apellido Díez, y él había entendido Díaz, y la noticia no servía. Esperando nuevas pruebas, nada dije a mi amigo, desesperado ya de dar jamás con sus abuelos.

       Es claro que faltando este principio no tuvieron lugar las reclamaciones.

       Para las proposiciones que acerca de varios establecimientos y empresas utilísimas pensaba hacer, había sido preciso buscar un traductor; por los mismos pasos que el genealogista nos hizo pasar el traductor; de mañana en mañana nos llevó hasta el fin del mes. Averiguamos que necesitaba dinero diariamente para comer, con la mayor urgencia; sin embargo, nunca encontraba momento oportuno para trabajar. El escribiente hizo después otro tanto con las copias, sobre llenarlas de mentiras, porque un escribiente que sepa escribir no le hay en este país.
No paró aquí; un sastre tardó veinte días en hacerle un frac, que le había mandado llevarle en veinticuatro horas; el zapatero le obligó con su tardanza a comprar botas hechas; la planchadora necesitó quince días para plancharle una camisola; y el sombrerero a quien le había enviado su sombrero a variar el ala, le tuvo dos días con la cabeza al aire y sin salir de casa.
Sus conocidos y amigos no le asistían a una sola cita, ni avisaban cuando faltaban, ni respondían a sus esquelas. ¡Qué formalidad y qué exactitud!

       -¿Qué os parece de esta tierra, monsieur Sans-délai? -le dije al llegar a estas pruebas.
       -Me parece que son hombres singulares...
        -Pues así son todos. No comerán por no llevar la comida a la boca.

         Presentose con todo, yendo y viniendo días, una proposición de mejoras para un ramo que no citaré, quedando recomendada eficacísimamente.

          A los cuatro días volvimos a saber el éxito de nuestra pretensión.

          -Vuelva usted mañana -nos dijo el portero-. El oficial de la mesa no ha venido hoy.
«Grande causa le habrá detenido», dije yo entre mí. Fuímonos a dar un paseo, y nos encontramos, ¡qué casualidad!, al oficial de la mesa en el Retiro, ocupadísimo en dar una vuelta con su señora al hermoso sol de los inviernos claros de Madrid.   Martes era el día siguiente, y nos dijo el portero:

         -Vuelva usted mañana, porque el señor oficial de la mesa no da audiencia hoy.
        -Grandes negocios habrán cargado sobre él -dije yo.

           Como soy el diablo y aun he sido duende, busqué ocasión de echar una ojeada por el agujero de una cerradura. Su señoría estaba echando un cigarrito al brasero, y con una charada del Correo entre manos que le debía costar trabajo el acertar.
-Es imposible verle hoy -le dije a mi compañero-; su señoría está en efecto ocupadísimo.

Dionos audiencia el miércoles inmediato, y, ¡qué fatalidad!, el expediente había pasado a informe, por desgracia, a la única persona enemiga indispensable de monsieur y de su plan, porque era quien debía salir en él perjudicado. Vivió el expediente dos meses en informe, y vino tan informado como era de esperar. Verdad es que nosotros no habíamos podido encontrar empeño para una persona muy amiga del informante. Esta persona tenía unos ojos muy hermosos, los cuales sin duda alguna le hubieran convencido en sus ratos perdidos de la justicia de nuestra causa.

        Vuelto de informe se cayó en la cuenta en la sección de nuestra bendita oficina de que el tal expediente no correspondía a aquel ramo; era preciso rectificar este pequeño error; pasose al ramo, establecimiento y mesa correspondiente, y hétenos caminando después de tres meses a la cola siempre de nuestro expediente, como hurón que busca el conejo, y sin poderlo sacar muerto ni vivo de la huronera. Fue el caso al llegar aquí que el expediente salió del primer establecimiento y nunca llegó al otro.

        - De aquí se remitió con fecha de tantos -decían en uno.
        -Aquí no ha llegado nada -decían en otro.
       -¡Voto va! -dije yo a monsieur Sans-délai, ¿sabéis que nuestro expediente se ha quedado en el aire como el alma de Garibay, y que debe de estar ahora posado como una paloma sobre algún tejado de esta activa población?
Hubo que hacer otro. ¡Vuelta a los  empeños! ¡Vuelta a la prisa! ¡Qué delirio!

       -Es indispensable -dijo el oficial con voz campanuda-, que esas cosas vayan por sus trámites regulares.

         Es decir, que el toque estaba, como el toque del ejercicio militar, en llevar nuestro expediente tantos o cuantos años de servicio.


Por último, después de cerca de medio año de subir y bajar, y estar a la firma o al informe, o a la aprobación o al despacho, o debajo de la mesa, y de volver siempre mañana, salió con una notita al margen que decía:

         «A pesar de la justicia y utilidad del plan del exponente, negado.»
-¡Ah, ah!, monsieur Sans-délai -exclamé riéndome a carcajadas-; éste es nuestro negocio.

Pero monsieur Sans-délai se daba a todos diablos.

-¿Para esto he echado yo mi viaje tan largo? ¿Después de seis meses no habré conseguido sino que me digan en todas partes diariamente: «Vuelva usted mañana», y cuando este dichoso «mañana» llega en fin, nos dicen redondamente que «no»? ¿Y vengo a darles dinero? ¿Y vengo a hacerles favor? Preciso es que la intriga más enredada se haya fraguado para oponerse a nuestras miras.
 -¿Intriga, monsieur Sans-délai? No hay hombre capaz de seguir dos horas una intriga. La pereza es la verdadera intriga; os juro que no hay otra; ésa es la gran causa oculta: es más fácil negar las cosas que enterarse de ellas.

          Al llegar aquí, no quiero pasar en silencio algunas razones de las que me dieron para la anterior negativa, aunque sea una pequeña digresión.

-Ese hombre se va a perder -me decía un personaje muy grave y muy patriótico.
 -Esa no es una razón -le repuse-: si él se arruina, nada, nada se habrá perdido en concederle lo que pide; él llevará el castigo de su osadía o de su ignorancia.
 -¿Cómo ha de salir con su intención?
 -Y suponga usted que quiere tirar su dinero y perderse, ¿no puede uno aquí morirse siquiera, sin tener un empeño para el oficial de la mesa?
 -Puede perjudicar a los que hasta ahora han hecho de otra manera eso mismo que ese señor extranjero quiere.
 -¿A los que lo han hecho de otra manera, es decir, peor?
 -Sí, pero lo han hecho.
 -Sería lástima que se acabara el modo de hacer mal las cosas. ¿Conque, porque siempre se han hecho las cosas del modo peor posible, será preciso tener consideraciones con los perpetuadores del mal? Antes se debiera mirar si podrían perjudicar los antiguos al moderno.
 -Así está establecido; así se ha hecho hasta aquí; así lo seguiremos haciendo.
 -Por esa razón deberían darle a usted papilla todavía como cuando nació.
 -En fin, señor Fígaro, es un extranjero.
 -¿Y por qué no lo hacen los naturales del país?
 -Con esas socaliñas vienen a sacarnos la sangre.
 -Señor mío -exclamé, sin llevar más adelante mi paciencia-, está usted en un error harto general. Usted es como muchos que tienen la diabólica manía de empezar siempre por poner obstáculos a todo lo bueno, y el que pueda que los venza. Aquí tenemos el loco orgullo de no saber nada, de quererlo adivinar todo y no reconocer maestros. Las naciones que han tenido, ya que no el saber, deseos de él, no han encontrado otro remedio que el de recurrir a los que sabían más que ellas.
»Un extranjero -seguí- que corre a un país que le es desconocido, para arriesgar en él sus caudales, pone en circulación un capital nuevo, contribuye a la sociedad, a quien hace un inmenso beneficio con su talento y su dinero, si pierde es un héroe; si gana es muy justo que logre el premio de su trabajo, pues nos proporciona ventajas que no podíamos acarrearnos solos. Ese extranjero que se establece en este país, no viene a sacar de él el dinero, como usted supone; necesariamente se establece y se arraiga en él, y a la vuelta de media docena de años, ni es extranjero ya ni puede serlo; sus más caros intereses y su familia le ligan al nuevo país que ha adoptado; toma cariño al suelo donde ha hecho su fortuna, al pueblo donde ha escogido una compañera; sus hijos son españoles, y sus nietos lo serán; en vez de extraer el dinero, ha venido a dejar un capital suyo que traía, invirtiéndole y haciéndole producir; ha dejado otro capital de talento, que vale por lo menos tanto como el del dinero; ha dado de comer a los pocos o muchos naturales de quien ha tenido necesariamente que valerse; ha hecho una mejora, y hasta ha contribuido al aumento de la población con su nueva familia. Convencidos de estas importantes verdades, todos los Gobiernos sabios y prudentes han llamado a sí a los extranjeros: a su grande hospitalidad ha debido siempre la Francia su alto grado de esplendor; a los extranjeros de todo el mundo que ha llamado la Rusia, ha debido el llegar a ser una de las primeras naciones en muchísimo menos tiempo que el que han tardado otras en llegar a ser las últimas; a los extranjeros han debido los Estados Unidos... Pero veo por sus gestos de usted -concluí interrumpiéndome oportunamente a mí mismo- que es muy difícil convencer al que está persuadido de que no se debe convencer. ¡Por cierto, si usted mandara, podríamos fundar en usted grandes esperanzas!

       Concluida esta filípica, fuime en busca de mi Sans-délai.

-Me marcho, señor Fígaro -me dijo-. En este país «no hay tiempo» para hacer nada; sólo me limitaré a ver lo que haya en la capital de más notable.
 -¡Ay, mi amigo! -le dije-, idos en paz, y no queráis acabar con vuestra poca paciencia; mirad que la mayor parte de nuestras cosas no se ven.
 -¿Es posible?
 -¿Nunca me habéis de creer? Acordaos de los quince días...
 Un gesto de monsieur Sans-délai me indicó que no le había gustado el recuerdo.
 -Vuelva usted mañana -nos decían en todas partes-, porque hoy no se ve.
 -Ponga usted un memorialito para que le den a usted permiso especial.
Era cosa de ver la cara de mi amigo al oír lo del memorialito: representábasele en la imaginación el informe, y el empeño, y los seis meses, y... Contentose con decir:

        -Soy extranjero. ¡Buena recomendación entre los amables compatriotas míos!

Aturdíase mi amigo cada vez más, y cada vez nos comprendía menos. Días y días tardamos en ver las pocas rarezas que tenemos guardadas. Finalmente, después de medio año largo, si es que puede haber un medio año más largo que otro, se restituyó mi recomendado a su patria maldiciendo de esta tierra, y dándome la razón que yo ya antes me tenía, y llevando al extranjero noticias excelentes de nuestras costumbres; diciendo sobre todo que en seis meses no había podido hacer otra cosa sino «volver siempre mañana», y que a la vuelta de tanto «mañana», eternamente futuro, lo mejor, o más bien lo único que había podido hacer bueno, había sido marcharse.

        ¿Tendrá razón, perezoso lector (si es que has llegado ya a esto que estoy escribiendo), tendrá razón el buen monsieur Sans-délai en hablar mal de nosotros y de nuestra pereza? ¿Será cosa de que vuelva el día de mañana con gusto a visitar nuestros hogares? Dejemos esta cuestión para mañana, porque ya estarás cansado de leer hoy: si mañana u otro día no tienes, como sueles, pereza de volver a la librería, pereza de sacar tu bolsillo, y pereza de abrir los ojos para hojear las hojas que tengo que darte todavía, te contaré cómo a mí mismo, que todo esto veo y conozco y callo mucho más, me ha sucedido muchas veces, llevado de esta influencia, hija del clima y de otras causas, perder de pereza más de una conquista amorosa; abandonar más de una pretensión empezada, y las esperanzas de más de un empleo, que me hubiera sido acaso, con más actividad, poco menos que asequible; renunciar, en fin, por pereza de hacer una visita justa o necesaria, a relaciones sociales que hubieran podido valerme de mucho en el transcurso de mi vida; te confesaré que no hay negocio que no pueda hacer hoy que no deje para mañana; te referiré que me levanto a las once, y duermo siesta; que paso haciendo el quinto pie de la mesa de un café, hablando o roncando, como buen español, las siete y las ocho horas seguidas; te añadiré que cuando cierran el café, me arrastro lentamente a mi tertulia diaria (porque de pereza no tengo más que una), y un cigarrito tras otro me alcanzan clavado en un sitial, y bostezando sin cesar, las doce o la una de la madrugada; que muchas noches no ceno de pereza, y de pereza no me acuesto; en fin, lector de mi alma, te declararé que de tantas veces como estuve en esta vida desesperado, ninguna me ahorqué y siempre fue de pereza. Y concluyo por hoy confesándote que a más de tres meses que tengo, como la primera entre mis apuntaciones, el título de este artículo, que llamé «Vuelva usted mañana»; que todas las noches y muchas tardes he querido durante ese tiempo escribir algo en él, y todas las noches apagaba mi luz diciéndome a mí mismo con la más pueril credulidad en mis propias resoluciones: «¡Eh!, ¡mañana le escribiré!». Da gracias a que llegó por fin este mañana que no es del todo malo: pero ¡ay de aquel mañana que no ha de llegar jamás!

EL REO DE MUERTE

1- ¿Qué está haciendo la gente en la calle?
Están observando y esperando la ejecución de un hombre.
2-¿Qué pensaría un extranjero desconocedor de nuestras costumbres al ver esto?
Un extranjero pensaría que podía ser una coronación de un nuevo rey, un pública festividad o un día solemne.
3- ¿Por qué Larra está en contra de la pena de muerte?
Porque piensa que le están quitando a un hombre el derecho a vivir, además de la gente que va a ver un asesinato
4-¿Qué diferencias hay en el tono de este artículo respecto a los dos artículos anteriores?
En este por decir de alguna forma critica algo que ya es “serio”, por eso el cambio de tono entre artículos.
Un pueblo entero obstruye ya las calles del tránsito. Las ventanas y balcones están coronados de espectadores sin fin, que se pisan, se apiñan, y se agrupan para devorar con la vista el último dolor del hombre.

– ¿Qué espera esta multitud? –diría un extranjero que desconociese las costumbres–. ¿Es un rey el que va a pasar; ese ser coronado, que es todo un espectáculo para un pueblo? ¿Es un día solemne? ¿Es una pública festividad? ¿Qué hacen ociosos esos artesanos? ¿Qué curiosea esta nación?

Nada de eso. Ese pueblo de hombres va a ver morir a un hombre.

– ¿Dónde va?
- ¿Quién es?
– ¡Pobrecillo!
– Merecido lo tiene.
– ¡Ay!, si va muerto ya
– ¿Va sereno?
– ¡Qué entero va!
He aquí las preguntas y expresiones que se oyen resonar en derredor. Numerosos piquetes de infantería y caballería esperan en torno del patíbulo. He notado que en semejante acto siempre hay alguna corrida; el terror que la situación del momento imprime en los ánimos causa la mitad del desorden; la otra mitad es obra de la tropa que va a poner orden. ¡Siempre bayonetas en todas partes! ¿Cuándo veremos una sociedad sin bayonetas? ¡No se puede vivir sin instrumentos de muerte! Esto no hace por cierto el elogio de la sociedad ni del hombre. (...)

Un tablado se levanta en un lado de la plazuela: la tablazón desnuda manifiesta que el reo no es noble. ¿Qué quiere decir un reo noble? ¿Qué quiere decir garrote vil? Quiere decir indudablemente que no hay idea positiva ni sublime que el hombre no impregne de ridiculeces.

Mientras estas reflexiones han vagado por mi imaginación, el reo ha llegado al patíbulo; en el día no son ya tres palos de que pende la vida del hombre; es un palo sólo; esta diferencia esencial de la horca al garrote me recordaba la fábula de los Carneros de Casti, a quienes su amo proponía, no si debían morir, sino si debían morir cocidos o asados. Sonreíame todavía de este pequeño recuerdo, cuando las cabezas de todos, vueltas al lugar de la escena, me pusieron delante que había llegado el momento de la catástrofe; el que sólo había robado acaso a la sociedad, iba a ser muerto por ella; la sociedad también da ciento por uno: si había hecho mal matando a otro, la sociedad iba a hacer bien matándole a él. Un mal se iba a remediar con dos. El reo se sentó por fin. ¡Horrible asiento! Miré el reloj: las doce y diez minutos; el hombre vivía aún... De allí a un momento una lúgubre campanada de San Millán, semejante el estruendo de las puertas de la eternidad que se abrían, resonó por la plazuela; el hombre no existía ya; todavía no eran las doce y once minutos. «La sociedad –exclamé– estará ya satisfecha: ya ha muerto un hombre.»

2.4- EL TEATRO Recopilación del teatro del siglo de oro.

2.4.1- ¿Cuándo surge el teatro romántico en España?
El teatro romántico reaparece en 1834, debido a los problemas sociopolíticos que España había tenido posteriormente.  
2.4.2- Explica sus principales temas
Los principales temas son el amor, La naturaleza aparece salvaje, tenebrosa, reflejando los sentimientos de los personajes, como ocurría con la poesía. La anagnórisis, que consiste en la identidad oculta de un personaje que al final se descubre. El destino de los personajes, que se debaten entre el optimismo y el pesimismo o entre la vida y la muerte.
2.4.3- Explica sus características formales: actos, unidades de tiempo espacio, acción, verso o prosa, etc.
Efectos escénicos más sensacionales con predominio de los efectos visuales en detrimento de la acción teatral.
Tira por la borda todas las normas de la comedia neoclásica: no persigue ningún objetivo didáctico, la finalidad del teatro es conmover e impresionar al espectador; mezcla de tragedia y comedia; no se respetan los tres actos clásicos; no se atiene a la regla de las tres unidades: espacio, tiempo y acción; hay mezcla de prosa y verso.
Preponderancia de los monólogos como medio de expresión y conocimiento de los sentimientos más íntimos de los personajes.
La acción se sitúa en el pasado o en ambientes extremas: Los ambientes preferidos son los medievales, los paisajes inhóspitos, los cementerios, los escenarios nocturnos con tormentas.
2.4.4- Pon los títulos de las obras más importantes
Los amantes de Teruel (Juan Eugenio de Hartzenbusch), Don Álvaro de Luna o la fuerza del sino (Duque de Rivas), Don Juan Tenorio (Zorrilla). Lo que puede un empleo, La viuda de Padilla, La niña en la casa y la madre en la máscara, Edipo (Martínez de la Rosa)
2.4.5- Explica de qué va Don Juan Tenorio
La acción se inicia en Sevilla, en el carnaval de 1545. Don Juan renueva la apuesta que hizo un año antes con su rival, Don Luís, de seducir a una monja, Doña Inés, y a una mujer a punto de casarse, Doña Ana (novia de Don Luís) Para ello secuestra a Inés, pero es delatado por un criado y lo detienen, aunque consigue escapar de la justicia.
Cuando vuelve seduce a Inés, se la lleva a casa e intenta hacer lo propio con Doña Ana, la novia de su amigo. Regresa con Inés y se juran amor eterno. Mientras tanto, acuden el padre de Inés, Don Gonzalo, y Don Luís. Don Juan se siente acorralado y acaba matando a ambos y huyendo.

Cuatro años después, regresa a su casa y se encuentra el panteón de sus propias víctimas, incluida Doña Inés. Como es muy bromista, Don Juan invita a la estatua del padre de Inés a cenar, pero éste cobra vida y lo amenaza con la muerte. Doña Inés, desde el purgatorio, le dice a Don Juan que se arrepienta de todo lo que ha hecho para que puedan estar juntos toda la eternidad. Así que Don Juan se salva en el último momento gracias al amor y a las oraciones religiosas de Doña Inés.